Crónica primera edición del TOR30 -passage au malatrá2019

Crónica primera edición del TOR30 -passage au malatrá2019

¿Cómo empieza esta aventura? 

Tor des Geants; un evento que, a mi ver, es a la vez rey y reina de este deporte. Una experiencia, un reto, un viaje, más allá de lo deportivo. Sin querer menospreciar otras grandes competiciones, como lo pueden ser UTMB y todos sus hermanas menores (OCC, CCC, etc…), que además prácticamente comparten “terreno de juego”, he de decir que, para mi el TOR es, como menos, diferente. No sólo por sus 330km, o por sus 24.000m+, ni tampoco por el fantástico terreno en el que se desenvuelve: más bien por su espíritu. TOR ofrece un viaje interior a cada uno de sus participantes, un reto único e inolvidable, arropado por un público y organización que lo convierten en ÉPICO… O al menos esto era lo que pensaba antes de haberme asomado a la realidad de la competición, antes de haber estado allí. Ahora mi punto de vista es otro; ahora opino que todo esto que he explicado hasta ahora solo son palabras, puestas un tras otra, ligadas con pronombres, conjunciones y signos de puntuación y que el TOR no puede explicarse sólo con palabras… Así que voy a tratar de hacer al menos un esbozo, un boceto, que os acerque a todos un poco a lo que viví la pasada semana de Septiembre, para tratar de explicar que, el TOR, es mucho más de lo que yo pensaba.

Toda esta aventura empezó este invierno, en Barcelona: el equipo de Ferrino Ibérica organizaría, un tarde de jueves si mal no recuerdo, un evento en Barcelona al que acudirían la Directora general de FERRINO y la directora del TOR, para presentar tanto la competición como el equipo femenino Ferrino, que participaría en TOR Des Gants 2019. Puesto que yo ya había decidido participar (o al menos intentarlo) en la edición de 2020, acudí al evento, acompañado de mi mujer Mariona, en ese momento embarazadísima de mi hija Gala. 

El evento estuvo bien: realizaron un sorteo (Mariona ganó una cantimplora Ferrino), presentaron al TEAM Ferrino, proyectaron el vídeo de TOR 2018… Pero lo más interesante fue, sin duda, el anuncio de 2 nuevas modalidades de carrera, que se lanzaría en 2019 para celebrar el 10º aniversario de TOR: estas serán TOR DES GLACIERS (una locura que supera en números al ya descabellado TOR DES GEANTS), y el “TOR, Passage au Malatrá”, o TOR30, una versión de 30 km y 2.300m+ del TOR que recorrería el último y más emblemático tramo del recorrido tanto de Tot Dret (versión ya existente de 130km) como de lTOR tradicional. 

Salí del evento eufórico en general, emocionado, contento y animado a seguir entrenando para llegar a 2020 con los deberes hechos y pensando que, tal vez, y solo tal vez, será uno de los afortunados seleccionados en el sorteo de inscripción… Volvíamos al coche, hacía frío, yo estaba empezando a pensar en la cena cuando Mariona me pregunta:

¿Por qué no te inscribes al TOR30? Así vamos, y lo vivimos todo más de cerca ¿no? … 

No sé decir porqué, pero yo no me lo había ni planteado.

Unos mese después, con la pequeña Gala a punto de llegar, me inscribiría a la primera versión del #TOR30, siendo uno de los 500 afortunados. 

El viaje hasta Courmayeur y la llegada al pueblo del TOR. 

Partíamos desde Barcelona, en coche, a las 5.00am del jueves 12 de Septiembre. El viaje no es tan terriblemente largo, ni tan pesado, como puede parecer, y eso que nosotros lo hicimos con una peque de 5 meses en el asiento de atrás (cabe decir que Gala es una niña tranquila, que ríe mas que llora). Cruzamos Francia, en dirección a Ginebra para luego cambiar ligeramente de rumbo hacia el túnel del Mont Blanc que, a pesar de ser caro, el ahorro de tiempo hace que merezca la pena el gasto, especialmente si la vuelta no estará a más de una semana de la ida, en cuyo caso se puede comprar un ticket “ida y vuelta”, que cuesta solo 56€ frente a los 90€ que costaría comprar dos por separado. En mi caso esto fue factible, ya que la idea era el día 12 y la vuelta sería el 15: no sería así para los participantes del resto de competiciones. 

Llegamos al lugar sobre las 16.00h, encontrando un Courmayeur inmerso en la competición: es verdad que esperábamos encontrar a “más gente” a todas horas, pero tras razonarlo entendemos que son muchos días de competición y que el público se reparte a lo largo del recorrido; a pesar de todo, la línea de meta estaba viva las 24h. Recuerdo la primera cena en la calle central del pueblo y como esa pizza se enfrió en nuestros platos mientras, una y otra vez, nos levantábamos para animar y vitorear a los gigante que, exhaustos pero eufóricos, se acercaban a su destino. Todo un espectáculo, un festival de emociones. Recuerdo llegar esa misma noche al hotel: era una noche oscura y fría, fuera ya todo estaba en calma. Recuerdo mirar por la ventana y lanzar al cielo un pensamiento para todos aquellos compañeros, hermanas y hermanos de pasión, que a esas horas estarían recorriendo senderos, pistas y caminos a cotas de entre 1.500 y 3.000 metros. 

El día siguiente, el viernes antes de la competición, tenía que ser un día de descanso, pero por la noche nos meteríamos en la cama agotados: nos levantamos temprano, fuimos a desayunar y nos vestimos para ir a hacer un trecking. Gala en la mochila, Brooks cascadia a los pies, y palante. Recorrimos los últimos 4 km del track del TOR, y de vuelta por el mismo camino: fue una decisión BUENÍSIMA. Desde el inicio nos cruzamos con participantes que, tras una noche dura ¡Ya llegaban! Lo animamos a todos: nos paramos cada vez, les regalamos una sonrisas, una palabras de ánimo en español, italiano o inglés, y les informamos “SOLO QUEDAN “x” KM”. Todos ellos nos pagaron con la misma moneda: una sonrisa llena de gratitud, sinceridad e incluso cariño. Los dos nos emocionamos cada vez, somo si fuera la primera. Hubo de todo: atletas con ambas piernas vendadas de tobillo a entrepierna, de avance lento y agónico, pero decidido, y otros que bajaban aquél sendero (con las que me las vería el día siguiente), con un ritmo alegre, vivo e incluso diría travieso, con esa expresión que todos hemos dibujado en nuestras caras que dice: “me la juego, queda poco, me da igual, llegaré como sea, nada puede impedir que llegue ahora”, aún sabiendo que un mal paso nos puede llevar a una torcedura tonta que lo estropee.

Así fue de ida, y de vuelta. Llegamos otra vez al pueblo eufóricos, con hambre y ganas de ver llegadas, así que conseguimos una mesa en el restaurante que queda justo delante de la línea de meta: comimos felices, sumándose a los vitoreos que de momento Gala no entendía (no se acostumbraría a ellos hasta el día siguiente, cuando pasó de llorar de susto a reír de ¿emoción? cada vez que oía los cascabeles, aplausos y cencerros). Y así fue hasta la hora de retirarnos al hotel para prepararlo todo e ir a dormir. 

Eran las 23.30, me metía en la cama; en poco más de 5 horas me pondría en marcha para, esta vez, ser yo uno de los vitoreados. 

El día de la competición: ¡A por el TOR30!

Son las 5.30am, yo yo ya estoy saliendo por la puerta de mi habitación de hotel. Me dirijo hacia el aparcamiento del PALAGHIACCIO, a escasos 15 minutos paseando, desde donde, a las 6.00am, saldríamos en autobús hacia Saint Remy en Bosses, donde nos esperaba la línea de salida. La organización un 10: por solo 40€ (el coste de la inscripción al TOR30), tienes a tu disposición autobús para ir a la salida (2 horarios a elegir) y opción para que tus acompañantes viajen contigo, presencian la salida, para luego ser devueltos a Courmayeur, donde podrán presenciar las llegadas (el viaje en bus es de unos 50 minutos).  

Desde el principio queda claro que a la orgaizació no le gustan ni las prisas ni los contratiempos: la salida es a las 10.00am, pero llegamos allí sobre las 7:00am y, al bajarnos del bus ya nos indican que tengamos todo preparado para recoger dorsal, chip y demás material. Todo muy organizado, todo con tiempo, con calma… estoy listo para salir y aún quedan 2 largas horas. Sale el sol sobre los alpes, mientras me acurruco en un rincón de una escalera de piedra y, según el astro rey asciende, voy quitándome ropa. Hoy va a hacer sol y calor, ya nadie duda de eso, aunque TOR arrancara 6 días antes con nieve y temperaturas de -12º.

Ya estamo en el cajón, listos, nerviosos, felices, expectantes: la verdad, como en cualquier otra carrera bien organizada, en ese momento no me parecía diferente. Dieci, nove, otto, sette… Cuento en italiano, mi lengua materna, a “grito pelao”, acompañado de los otros 499 corredores que, como yo, sienten como las endorfinas están listas para ser liberadas… Due, uno… Y arrancamos.

Salgo de los primeros, y por suerte pegado al lado derecho: digo “por suerte” por qué mis primos Alessandro y Alberto y sus mujeres, a los que no veo desde hace más de 3 años están allí, esperándome, gritando mi nombre. Podéis imaginar mi sorpresa; en respuesta solo me sale un grito gutural, a la vez que aprieto el paso hata un ritmo de 4’10”/km, ahora cegado por lágrimas de emoción que han aparecido de la nada. 

El primer kilómetro desaparece rápido, dejando atrás a puñados de aficionados, repartidos aquí y allá, que nos animan a gritos, ansiosos por vernos pasar y avanzar hasta el siguiente punto de paso… Pienso para mí que, como suele ser normal, cada vez veremos a menos gente, que según subamos y nos adentremos en la montaña los vitoreos disminuirían: no podía estar más equivocado. 

El segundo kilómetro deja atrás la primera cuesta que, por el momento, afronto sin bastones “espera un poco más, aún no los necesitas, vas bien”, me digo a mi mismo mientras, entre jadeos, doy las gracias a todos los que, al pasar, me gritan “ALE ALE ALE, BRAVO, BRAVISSIMO”. Un señor simpático me llama por mi nombre completo “DAI NICOLA”, aquí es un nombre común y, aunque no tenga demasiado sentido, me alegra oírlo, y le respondo con una broma, gritando “SI, SI pero ¿FALTA POCO NO? ¿YA LLEGAMOS?” El público (una decena de personas) estallan entre risas, me responden que sí, que un par de curvas y hemos llegado. Sigo adelante, ascendiendo con una sonrisa grabada a fuego en la cara. 

Al final del tercer kilómetro el paisaje cambia y, ante nosotros, se muestra la inmensa e imponente majestuosidad de los alpes. Sigo corriendo mientras saco la cámara y tomo los primeros planos: me va a retrasar un poco, pero me da igual, habrá valido la pena. Desefundo los bastonoes, y mis zancadas cambian. No soy mal bastoneador, y el empuje de los tríceps, paso a paso, se nota. Las piernas ahora son algo más lieras y mis pisadas más certeras mientras la cuesta se acentúa: toca empezar a caminar. Hasta aquí he adelantado a muchos, pero ahora es cuando de verdad me despego del grupo: a “paso de utra”, voy más rápido que muchos otros que deciden seguir trotando y, por contra, mis pulsaciones bajan. “Vas bien Nico, ¡vas bien!”

Los vitoreos siguen: docenas y docenas de personas se han pegado la caminata, desde bien temprano, para estar allí a nuestro paso. Todos gritan los nombres que leen en nuestros dorsales nos animan, nos indican por donde seguir, y nosotros les damos las gracias: nos podemos hacer menos. 

Hacia el final del km5 un señor, al pasar, me grita ¡”28”! … ¿28? ¿28 qué? ¿En serio?… Me quedo perplejo, “queda mucha carrera, no te emociones”, me digo, y sigo adelante. 

Llega el primer avituallaiento sobre el km8: durante los últimos 3 km he perdido posiciones, pero avituallo bien, voy rápido, no pierdo a pensas tiempo, y recuepero algunas. No estoy preocupado, al contrario. Sigo entre los 50 primeros, mucho más de lo que yo esperaba ¡¿Quién soy yo?! ¡Nadie!

Seguimos subiendo un poco antes de iniciar una corta bajada, de solo algún centenar de metros que nos da a todos un breve respiro, antes de iniciar el ascenso al Col de Malatrá; aquí es donde me encuentro al primer participante del TOR, recorriendo lo que serían los últimos 20 kilometros de su largo camino. Era obvio que nos encontraríamos, pero hasta ahora no había caído en la cuenta, y me da un vuelco el corazón. Sin parar de correr saco fuerzas para lanzarles gritos de ánimo. Él, que creo era italiano, se asusta, se gira soprendido y al verme comprende, y ríe mientras me devuelve los ánimos y, cómo puede me vitorea y me dice “Sei grande, bravo!”… Me quedo perplejo ¿grande yo? Y me lo dices tú que estás a punto de convertirte en un GIGANTE. 

La subida a Malatrá es increíble; me recuerda un poco a Brecha de Rolando y a los paisajes de esa zona. Es vasto, inmenso y se levanta impasible delante nuestro. No lo dudo y vuelvo a sacar la cámara; aunque no paro en ningun momento me lo tomo con calma, necesito capturar el momento, es justo que pueda compartirlo luego con quienes me han acompañado hasta aquí. Me acuerdo de mis primos y pienso, feliz, que Mariona estará en compañía hasta que yo llegue a meta y que allí estarán todos, esperándome. Entonces me acuerdo de los tiempos, y reviso mi Suunto9: llevo 1h50’, voy bien. Me pe puesto como meta hacerlo entre 5 y 6 horas, no más, así que voy bien. Llevo menos de 2 horas y ya he acumulado casi todo el desnivel. En la bajada estará la clave, todo depende de lo bien o lo mal que se me de. Sigo hacia arriba. Me he despegado bastante del grupo, no veo a nadie detrás de mí y el que me precede parece estar ahora muy muy lejos. Pienso que que tal vez logre mantenerme aquí, en esta posición. Juego a calcular mientras, zancada  zancada, sigo subiendo. El 65, tal vez 60. Mucho mejor de lo que esperaba. Sigo encontrándome con participantes del TOR, y cada vez ocurre lo mismo: una emoción indescriptible al percibir lo mucho que nuestro paso ligero les ayuda a lidiar con los últimos kilómetros. Tengo la sensación de que, cada vez que les pasamos por el lado, que les damos una palmada, que les animamos a seguir, dejamos en ellos algo de nuestra energía, un último empujón.

Llego a la cima: aquí, pese a estar a poco menos de 3.000 metros de altitud, y con un acceso complicado,  también hay una docena de espectadores, esperándonos para gritar nuestros nombres. Casi no me lo creo. Paro un segundo, solo un instante, antes de lanzarme hacia abajo. He ganado algo de terreno, o los que me preceden lo han perdido. Los veo, a no mucha distancia; ya han iniciado el descenso. Yo no soy especialmente bueno en bajada, sobre todo si voy solo (cambia mucho cuando oigo los pasos detrás de mí y la competitividad se sobrepone al miedo por una caída), pero esto es TOR, tengo que darlo todo. Las S-LAB ultra 2 están bien atadas, las piernas están cansadas pero no me duele nada. Reúno los bastones en la mano derecha y me lanzo tan rápido como se. Tardaría solo un par de minutos en pillar al siguiente, y en 10 minutos habría dejado a otros 4 atrás. El descenso va bien. Durante algo más de 15 miutos de descenso recorro unos 3 km, en los que no dejo de recuperar posiciones. Un chico italiano se coloca detrás de mí, y compartimos camino hasta el siguiente avituallamiento; comentando cosas sin importancia y saludando casi al unísono a todos los que nos saludan y animan. 

Avituallo en Malatrá y todo va bien, llevamos 14 kilómetros, falta algo más de la mitad y llevo 2h15’ aprox. Ahora toca volver a subir, he ganado terreno y no quiero perderlo, así que relleno solo uno de los flasks de agua y decido seguir adelante: pienso que puedo añadir Tailwind por el camino o, a malas, en el próximo avituallaiento; no le doy muchas mas vueltas al tema, y sigo adelante sin perder más tiempo de lo imprescindible.

La subida empieza bien, y sigue bien hasta el kilómetro 15: allí me da una rampa atroz en el aductor derecho: es como un mordisco, un dolor profundo que me roba un grito de la garganta. Un espectador que caminaba en dirección a Courmayeour por nuestro mismo camino se para asustando y, al verme y comprender me dice “Dai, avanti,  non ci pensara, vai vai vai” (Venga, adelante, no lo pienses, vamos vamos vamos!). Paro un segundo, hago un estiramiento, que no sirve para nada en absoluto, y me doy cuenta que en casi dos horas y media he bebido algo menos de 1l. ¡Otra vez! Esto ya me pasó en Cap de Creus ¡Cómo puedo ser tan tonto! Decido hacerle caso al chico, no pensar y usar los bastones para aliviar el peso en subida de la pierna derecha. Perderé algo de tiempo, pero la subida ya está casi toda hecha, y tal vez en la bajada no me moleste… Y así es. Bajo el ritmo pero sigo adelante, y sigo ganando posiciones. 

Poco antes del último avituallamiento me pasó algo BESTIAL; veo a lo lejos a una señora alta, de aspecto fuerte y claramente experimentada en la montaña, con el dorsal de TOR DE GEANTS en su mochila. Me resulta familiar y, al acercarme veo el nombre: ROBERTA. Semanas antes empecé a seguir en Instagram a una Roberta que, semana a semana, explicaba su primera experiencia en el TOR ahora que, años más tarde, había decidido volver a hacerlo. Leí sus relatos hechizado por sus palabras, su fuerza, su voluntad ¡y ahora la tenía delante de mí! Le grito, emocionado ¡DAI ROBERTA! ¡CI SIAMO! la adelanto al trote, mientras me giro para mirarla y sonreírle. Ella está derrotada, casada, exahusta. Me contesta, en italiano: me duelen las rodillas, mucho, no puedo más, no puedo más… A lo que yo me pongo a reír y, pensando en el chico de antes, le contesto;  “NO! no te duelen, estás bien, NO LO PIENSES, mira donde estás, mira el camino ya recorrido que has dejado atrás, mira o poco que te queda ¡Dai ROBERTA!”. Todos los que nos rodean explotan en una ovación hacia ella, estallan aplausos, palabras de ánimo, silbidos… “ella sonríe y me contesta ¡CORRE, CORRE! Sigo adelante, mientras las lágrimas vuelven a asomar: lloro de emoción y me río de i mismo, porque ahora con los ojos llorosos, no veo nada y me imagino a mi mismo pegándome un talegazo en este momento tan emotivo. 

Sigo, y aprovecho una subida para preparar os flasks, que lleno de Tailwind. Paso por el último avituallamiento, me llenan os flasks de agua y orino. Ya está hecho, 24 km, solo quedan 6 de los cuales 4 ya los conozco y es todo bajada, y efectivamente, en bajada el aductor no me molesta. Robo 3 posiciones más, paso a varios participantes del TOR, un vasco entre ellos, al que le grito ¡AUPA! 

Un chico italiano se posiciona detrás de mi, y hacemos la bajada juntos pero, al llegar a la zona de asfalto, me distancio: alargo la zancada, aprovecho a bajada y salgo volando. Quedan 2 km cuando veo a una chica con mi mismo pectoral, la priemra a la que ve; pienso que debe ser la primera. Sigo a buen paso, la adelanto pero ella se mantiene fuerte detrás de mí. Seguimos abajo, llegamos a una zona de jardines, y ahora ella me adelanta a mi, y ahora soy yo quien la sigue de cerca y, al llegara  la carretera, ya en llano, subo el ritmo: voy a quemar todo lo que me queda, la adelanto y en unos segundos dejo de oir sus pasos; si llego con la primera mujer no podré disfrutar de la meta, o la dejo pasar o me adelanto, así que la decisión está tomada. Me pongo a 4’20” y cruzo la calle principal del puebo, entre vitoreos, gritos, cencerros… Oigo a Mariona “VAMOS CARIÑO” y a mis primos “VAI NICO” … Y cruzo la meta. 

Quedé el 41 en la general, el 23 de mi categoría (senior). Mi firma está el el mural del TOR2019, entre la firma de cientos de Gigantes que merecen de verdad estar allí y que, amables, humildes y bondadosos, nos dejan compartir su gloria con ellos a nosotros, a su lado solo  insignificantes corredores de montaña, porque saben que entendemos su esfuerzo y su pasión. A todos ellos GRACIAS. 

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