Doppia W Ultra 2022

Doppia W Ultra 2022

Las horas de espera han sido largas, los minutos parecían no pasar. Todos los atletas estábamos nerviosos, expectantes, ansiosos. A falta de una hora para la hora de salida (las 22.00), ya algunos estaban totalmente equipados y con los bastones en la mano. Yo intento contenerme, tomármelo con calma, y pensar en otras cosas. 

Va a ser una competición especial, en todos los sentidos. 

Va a ser especialmente dura; no solo lo dicen los números (por sus 100km y sus 7.500m+), también el terreno, la noche y el clima van a poner de su parte. 

Va a ser terriblemente emotivo: llevo días aquí, con la organización, viendo como la competición toma forma, palpando los nervios, los miedos, las dudas, intentando ayudar en lo posible. 

Christian, el es un factor decisivo. Más que un amigo, un hermano, con el que comparto mucho de mi día a día, desde hace ya mucho tiempo; sí en la distancia, pero a la vez muy cerca. Y ya estoy aquí, a su lado, en su tierra, en su competición, en su mundo…

 

Mi tío Augusto, ha venido a verme, a apoyarme, a estar cerca de mi: 5 horas de trayecto en coche desde su casa, y otras tantas dando vueltas por las montañas,  para vivir conmigo estos momentos. No puedo expresarle con palabras lo que significa para mi. 

Amigos a los que aun no conocía en persona, como Marco, o «la Pilo», han venido a verme, a animarme… Y todos los que, desde casa, como siempre, están conmigo, deseándome lo mejor, contentos y preocupados a la vez. 

Y ahora estamos aquí, en la linea de salida, la música suena y yo bailo, no puedo contenterme, estoy tan emocionado… No puedo quedarme quieto. Faltan 30 segundos. 20, 10, 5, 3, 2, 1… ¡Arrancamos!  

 

Arranco fuerte. Corro rápido, subo ligero las primeras rampas de asfalto. Me quito los manguitos, de momento hace calor. Voy en cabeza, y aguantaré la primera posición 2km, pero sin pretensión a sostenerla más. Solo disfruto de este momento, abriendo el inicio de la competición. 

Llegamos a la primera subida, un camino de piedras construida por el cuerpo de Alpinos de Italia, para tránsito de mulas (a lo que se llama, en italiano, una «mulattiera»). Sube empinada, y los bastones resbalan sobre las piedras lisas. Paso de primero a tercero, y luego quinto. En cada intersección con la carretera nos espera el público, que nos anima a viva voz. Les saludo, les deseo una buenas noches, les sonrío: intento devolverles un poco de lo que me regalan con sus gritos y aplausos. Me siento muy feliz. 

Llegamos al primer avituallamiento: allí me espera Christian, tal y como había prometido. Allí el terreno llanea, baja un poco y luego vuelve a subir. Me grita «VAI SOCIO! DAI DAI DAI, DIVERTITI», mientras me graba con su teléfono y me persigue durante algunos metros. Sus palabras resonarán en mi cabeza durante bastante tiempo, a lo largo de la subida, ahora más progresiva, que se abre camino dentro del bosque. 

Mantengo la posición, e incluso gano terreno según vamos subiendo. Sin embargo dejo de sentirme cómodo: según avanzamos siento frío, especialmente en el estómago. La humedad, el viento, la oscuridad. Solo el cielo negro, salpicado por millares de estrellas, me distrae del dolor de cabeza y la incomodidad que, creciente, me atenaza según ganamos altura. Pienso en lo precioso que debe ser este lugar, en el que ahora me encuentro. La luz de mi frontal solo es capaz de proteger mis pasos, haciendo visible el terreno más próximo: a lo lejos solo veo la silueta de las inmensas montañas recortadas sobre el cielo. 

Son muchas las cosas que me hacen sentir incómodo, y muchas las cosas que, sin ir mal, no van del todo bien, así que tiro de uno de mis recursos mentales, mediante el que me centro en solo lo estrictamente necesario: proyecto mi mente lejos de aquí, la distraigo pensando en cosas que no tienen absolutamente nada que ver, y dejo que el cuerpo entre en piloto automático. Como siempre, la estrategia funciona. 

No se cuanto tiempo ha pasado, pero ya estamos en suiza, y hemos pasado las primeras antorchas, cuya llama titubeante ilumina el punto de paso. Paso a algunos espectadores que me animan; pienso es que están mas locos que nosotros por estar aquí a esta hora y a la vez les agradezco enormemente el esfuerzo. 

Llegamos a la primera bajada: la cosa no pinta bien. Piedras sueltas, hierba mojada. No lo veo claro y, aunque he empezado rápido, bajo el ritmo. Oigo como, poco a poco, los que me persiguen se van acercando. Me adelanta uno, luego otros dos y al rato dos más, y llegamos al siguiente avituallamiento: aquí tampoco me paro. Sigo adelante, y recupero un par de posiciones que, sin embargo, perderé en la siguiente bajada que, como la anterior, decido tomarme con calma. Estamos al inicio, y me digo que hay mucha carrera por delante; de momento no es necesario arriesgar y mi Suunto me dice que la media que llevo está a 2′ por debajo (más rápido) de lo planeado, tendré tiempo para apretar, así que sigo tranquilo, afianzando el paso, y recuperando aliento mientras bajo. 

Llegamos a un lugar donde hay un pequeño cobertizo: creo que se trate de un avituallamiento, pero pronto veré que no es así. Una señora mayor me ofrece un vaso de jarabe casero de sauco: yo le digo que mejor no, que si me puede dar un poco de agua, pero ella insiste, explicándome que lo hace ella misma. No se decirle que no, y tras probar un primer vaso, me llena un segundo: me lo bebo pensando «que sea lo que dios quiera». Se lo agradezco y sigo la bajada, riéndome solo, preguntándome si tal vez la señora sería realmente un espíritu del bosque, y qué habría ocurrido si hubiese declinado definitivamente su oferta. Dejo vagar la mente en la fábula que yo mismo me voy imaginando según avanzo y, casi sin darme cuenta, llego al avituallamiento de TORN, donde sí tengo planificado parar. Relleno los flasks de agua y de Tailwind, y bebo dos vasos de coca-cola. Mientras estoy allí me alcanzan las priemras 4 mujeres, y las 4 arrancan antes que yo. Francesca Canepa no para, me saludo con Denise que arranca casi en seguida, y Corine sale tras ella. Yo me concentro para no dejarme llevar por las prisas.

Arranco otra vez. El camino desde el avituallamiento se sumerge en un bosque bastante cerrado. El sendero es firme, con raíces y piedras, pero bien ancladas, no como en las últimas bajadas. Piso tranquilo y me concentro solo en el ritmo, en la velocidad y zancada. No tardo demasiado en cazar a un par de los que me habían adelantado. Respiro tranquilo, estoy seguro de que lo estoy haciendo bien. Sigo el sendero que, tras un largo rato, me lleva a Miralago: la vista, pese a la oscuridad, es espectacular. El agua del Lago di Poschiavo es un espejo negro que refleja la luz de las estrellas y de las pocas casas y farolas que lo rodean. Se me antoja enorme. «MIRALAGO», digo en voz alta. El sonido de mi propia voz me saca del trance en el que estoy inmerso. Llevo 4h30′ de carrera, la cosa va bien. El camino nos lleva a rodear el una parte del lago, una parte es asfalto, y luego se convierte en pista de tierra batida. En una última curva la pista se mete hacia la izquierda: toca volver a subir. 

Una larga carretera de curvas en U nos lleva hacia la cumbre. Disfruto mucho de este tramo: no es que sea especialmente bonito, de hecho pisamos asfalto durante algunos kilómetros, pero lo disfruto, me divierto y tengo oportunidad de ganar terreno. Troto donde seguramente muchos caminan, lo que me da la posibilidad de seguir recuperando posiciones. Adelanto a Corine Kagerer después de ir bastante rato tras ella. Sus pantalones largos y su camiseta llevan reflectantes que hacen que parezca un robot. Paso largo rato absorto en esa figura futurista, sin saber de quien se trata, ni siquiera se si es un hombre o una mujer. La reconozco solo al adelantarla, y al ver que es ella me reafirmo en la idea de que «voy bien». 

 Llego al avituallamiento de San Romerio sobre las 4:00 de la mañana. Me paro solo un momento, recargo agua y sigo adelante. Una hora más de subida me lleva hasta Albertusch, el siguiente avituallamiento; durante este rato ha empezado a amanecer. Celebro la llegada del sol, he pasado bastante frío, especialmente en el estómago. Apago el frontal pero no me lo quito, ya que estoy seguro de que volveremos a meternos en bosque o zona sombría, y necesitaré volver a encenderlo para ir tranquilo; y tengo razón, así es. Paso el avituallamiento rápido, y me meto en el sendero que empieza bajando por una zona de bosque. Es el tipo de terreno que me gusta, aquí soy fuerte, así que tengo que aprovechar. No guardo los bastones, los llevo en la mano derecha, sin plegar, ya que dentro de poco volveremos a subir. Adelanto a dos compañeros, los dejo atrás, y en pocos minutos dejo de oírlos. Ahora veo dos más, a poca distancia, así que aprieto el paso otra vez y, al llegar a su altura, les pido paso. Me dejan pasar por la izquierda, los adelanto sin problema y les gano alguna decena de metros, cuando tropiezo con una piedra: intento tirar de core para no caerme, pero al llevar los bastones en la mano, no consigo el equilibrio, y me caigo de morros. – ¿Te has hecho daño? – Me preguntan los dos chicos a los que acabo de adelantar. – Sólo en mi ego – les respondo mientras me levanto y vuelvo a lanzarme a la carrera. Hago un chequeo: me duele bastante la rodilla derecha, un poco la izquierda, me sangra la frente, me sangra la mano izquierda y me duele la boca, sobre todo el labio inferior. Nada grave. Sigo. 

Llego a la bolsa de vida a las 6:00 de la mañana; según me acerco pienso que tal vez mi tío no esté, que tal vez no habrá llegado a tiempo, que puede que esté todavía durmiendo. Me pongo un poco triste, me sabe mal que se lo pierda, me gustaría haberle visto, pienso que es culpa mía, que no lo he organizado bien… Y tras torturarme algunos minutos, al llegar al refugio, oigo su voz – ¡DAI NICO! -. No puedo ser más feliz. Llego, y soy muy efectivo. Luego, al verme en vídeo (mi tío me grabó), me doy cuenta de lo concentrado que estaba, de lo poco que miro a todos los que me rodean y me esfuerzo en centrarme solo en lo que tengo que hacer. Me sorprende y pienso que es algo en lo que he mejorado mucho. Me cambio, dejo todo lo que no necesito, bebo y recargo flasks: esta vez me llevo 3, uno en el cinturón y dos en el chaleco. Mientras estoy cambiándome llegan varios corredores: la mayoría se sientan y empiezan a cambiarse con calma, empiezan a comer, y a charlar entre ellos. Pero cuando llega Corine, solo recarga agua, y sale disparada hacia el camino. Me doy prisa, no puedo perder más tiempo. Me despido y salgo en su busca: no quiero perderla de vista, mientras esté cerca de ella, iré bien. 

Pasamos por una granja, con vacas. Los dueños me saludan y animan y poco después estamos en un valle, encaminados hacia la inevitable subida que nos lleva hasta la cumbre de nuevo. Veo  a Corine, a lo lejos. Acelero el paso, aprovechando el llano para ganar tiempo. No tardo mucho en volver a ponerme a su altura, y empezamos nuestro viaje juntos. La adelanto, me adelanta, corremos a la par donde se puede. No nos decimos ni una palabra. De vez en cuando uno de los dos exclama estupor por las vistas, y el otro asiente. O yo me quejo por la dureza de una bajada, y ella se ríe. Nos convertimos en compañeros de camino pero los kilómetros siguen pasando silenciosos y tranquilos, como me gusta. Cada uno se concentra en su carrera, sin molestar al otro, pero a la vez con esa cuerda invisible que nos une y que estira y empuja al otro en cada momento. 

Llegamos a un avituallamiento, y Corine se para para cambiarse la camiseta. Yo la espero un momento, aprovecho para beber un poco más, pero luego arranco, pensando que ya me pillaría. Y así es, en menos de 15 minutos volvemos a estar juntos. Y seguimos. Tras un largo rato, sobre el kilómetro 62 aproximadamente, adelantamos a la que debe ser la segunda mujer, Laura Besseghini; al pasar nos dice que está con calambres, y que no puede seguir. Intento animarla, pero me responde con un bufido. Es una zona que llanea, y sube, llanea y sube. Un sendero ancho y polvoriento, con prados a los lados. Seguimos juntos hasta que llegamos a Biancadino, donde hay una puerta de crono. Lo pasamos y sobre el kilómetro 68 decido pararme para orinar. Corine sigue adelante, y yo la miro mientras se aleja. Me lo tomo con calma, como he hecho hasta ahora, pensando que ya la volveré a alcanzar… Pero no será así. 

Sigo adelante, de momento veo a Corine a lo lejos, ahora sí y ahora no. Sigo pensando en que tarde o temprano volveremos a encontrarnos, y finalmente, casi sin darme cuenta, llego a Casina di Piana, kilómetro 73. Allí relleno agua, y saludo a todos; alguno me reconoce, me pregunta qué tal estoy, que cuanto llevo en Italia, que cuando vuelvo a España. Son todos muy amables, y me hacen sentir como en casa, es una maravilla. Me encuentro con el primer participante que veo de la 70K, ya que desde aquí hasta el final nuestros traks irán juntos. Salgo ligero y animado, y empiezo a recorrer el valle siguiendo el río, cruzando algún puente, pisando hierba. Después de un rato me encuentro a uno de mis adversarios tumbado en la hierba, con la boca abierta, los brazos en cruz y los ojos cerrados: me llevo un susto de muerte, y me paro. Pero al oírme abre los ojos, y yo le pregunto si se encuentra bien: me responde algo así como «Claro que sí», de mala maneras. Así que sigo adelante, riéndome. Al poco rato adelanto a otro más, que camina. 

Empiezo a subir, pero no cedo en mi ritmo, y tras algunos minutos llego a un gran abrevadero lleno de agua. Sale agua de un tubo de unos 40 centímetros de diámetro, y sin pensarlo me quito la gorra y pongo la cabeza debajo: lo que no recuerdo es quitarme las gafas, que se van para el fondo del agua. Al intentar recuperarlas me caigo al agua, tirando la gorra, que desaparece rápidamente río abajo. Salgo empapado del agua, riéndome, con las gafas en la mano. Sigo riéndome durante un buen rato. He perdido la gorra, un par de minutos y lo que me quedaba de dignidad, pero ahora estoy fresquito y riéndome como un loco. Pienso que si alguien está a punto de pillarme, al oír mis gritos y risas seguro que se acojona y se da media vuelta. Y así pasan minutos y kilómetros, hasta que llego al Passo di Schiazzera: un muro que, desde abajo, parece infranqueable. Casi llegado arriba veo a Corine, y a alguien a no mucha distancia de ella. Suben lentamente, haciendo lo que pueden con la terrible subida con la que luchan, y bajo un cuelo despejado dominado por un sol ardiente y atenazante. Ahora me toca a mi: empiezo la subida. Subo fuerte, relativamente rápido, solo me paro un par de segundos para recobrar aire y contemplar el paisaje que dejo atrás. Veo a alguien que me sigue, pero está cada vez más lejos, y pienso que esta subida seguramente me ayudará a distanciarme todavía un poco más. Saludo a los voluntarios que no es esperan en la cima, y sigo adelante, Hacia el avituallamiento de Schiarezza: allí me espera mi tío, de nuevo. Verle me reconforta enormemente, pero lo que más fuerzas me da es ver la emoción en sus ojos. Se le ve contento, feliz, divertido, inspirado. Está eufórico. Le pregunto «¿Te lo estás pasando bien? ¿Te está gustando?» Se sorprende por la pregunta, y con una gran sonrisa y lágrimas en los ojos, me responde que sí, que mucho. Me ayuda a avituallar, y me grita para que siga adelante, hacia la meta: el me estará esperando allí.

Sigo hasta el avituallamiento de Pra Zarè, sin muchas complicaciones… Y desde aquí empieza lo que resultó el tramo más difícil: aun tenía posibilidades de atrapar a Corine, pero en estos últimos escasos 11km, poco a poco la distancia entre nosotros aumenta. Sigo ganando terreno en llano y sobre todo en subidas, pero las bajadas acaban por convertirse en un auténtico infierno. El tibial anterior y peroneos de la pierna derecha empiezan a doler, y cada paso, cada impacto, es una tortura. Desde Schiazzera hemos soportado mucha bajada, bastante exigente, ahora la cosa empeora y será así hasta la meta. No queda otro remedio que apretar los dientes y seguir avanzando. 

Ahora solo son 8 kilómetros los que me separan de la meta, y me parecen muchísimos, se me va a hacer eterno. Llevo varias horas corriendo solo, cuando escucho que alguien se acerca; estoy preocupado, no me gustaría perder posiciones ahora, pero sé que no tengo mucho que hacer, solo puedo seguir adelante, mantener el ritmo constante y pensar en dar lo mejor de mí. Agustin Barabotti (que será el 3er clasificado de su distancia) llega a mi altura. Por suerte él compite en la 70Km. Es argentino, muy simpático y amable, ya nos conocíamos a través de Instagram. Me dice que puedo estar tranquilo, que el siguiente corredor de la 100K está «relejos».

Sin embargo no me doy tregua, y seguimos juntos. Ambos estamos ya muy machacados, pero nos reímos de ello. Después de varios kilómetros él decide aumentar, y se lanza cuesta abajo. Lo saludo y sigo adelante.

Llega el último avituallamiento. Faltan 5000 metros a la meta. Los voluntarios me reconocen, «ES EL DEL DORSAL 12», dicen contentos; la noche anterior me vieron bailar y hacer el tonto en el cajón de salida, y m recuerdan con cariño. Me dicen que muchos «no daban ni un duro por mi, diciendo que jamás habría llegado a meta», y ahora aquí me tienen… Salgo riendo, feliz, mientras 10 o 12 personas gritan mi nombre. Brutal, me voy perplejo, encnatado, riéndome, contento y animado. «ESTO ES TRAIL», pienso para mi mismo. Paso la última fuente, y luego la última subida antes de bajar hacia los viñedos. Disfruto saludando a todos los que me encuentro, bromeo con ellos, se ríen, me rio, y cada zancada que doy estoy tal vez más cansado, pero indudablemente me siento más fuerte, más feliz, más entusiasmado.  Encuentro la silla que Chris dejó «escondida» como un juego para todos nosotros. le saco una foto, me río y sigo adelante. Estoy en los viñedos, escucho la megafonía. Acelero, y llego al asfalto. 

 

Y aquí estoy, en la línea de meta, y están todos aquí, esperándome para celebrar este momento, en este entorno maravilloso, rodeados de las mejores personas que cabría esperar. Música en directo, cervezas, aplausos, naturaleza, risas, lágrimas de alegría, momentos de extrema emoción… La DoppiaW Ultra, ha sido mucho más que una competición, ha sido un viaje, una aventura, un hogar, una familia.

Desde aquí solo puedo agradecer a toda la organización por haberme acogido como lo hicieron, haciéndome sentir uno más, como de la familia. No tengo palabras para expresar mi gratitud, solo puedo decir que toda la familia DoppiaW ha gravado en mi corazón sus iniciales, para siempre. 

 

 

 

 

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